domingo, 1 de abril de 2007

No puedo con la Gaztañaga

Hace unos años, cuando estaba casi decidida a cursar la carrera de periodismo, un amigo me recomendó efusivamente no perderme una película que estaban proyectando, por esos días, en los cines Melies de Barcelona. Dicha película se titulaba “El gran carnaval” y tenía como protagonista al gran Kirk Douglas.
El film, basado en hechos reales y escrito y dirigido por Billy Wilder, cuenta la historia de Chuck Tatum, un periodista venido a menos que se ofrece para trabajar en un periódico local de Alburquerque. Allí pasa un año que él vive como una condena, esperando la gran noticia que le ayude a dar el salto a los grandes periódicos nacionales. Cierto día cerca del pueblo, Leo Minoza, un lugareño de origen indio, se ve sorprendido por un derrumbamiento en unas cuevas y se queda atrapado. Tatum verá en ese hecho un acontecimiento noticiable y hará todo lo posible para alargarlo. Por ello, sin ningún tipo de escrúpulos, logra poner de su parte al sheriff, a la esposa de Leo y a otros tantos personajes para que le rescaten desde lo alto de la montaña, lo que prolongará la espera del pobre Leo durante siete días, en vez de unas pocas horas si se le consiguiera sacar por los métodos convencionales. Pero todos están de acuerdo porque también pueden aprovecharse de la situación.
Haciéndose pasar por amigo de Leo, Tatum consigue la exclusiva de su historia, narrándola hora tras hora, día tras día, habiendo utilizado métodos ilícitos para obtener información. Asimismo, valiéndose de la confianza que Leo deposita en él, empieza a sacar provecho de las historias que le cuenta éste, a pesar de ser confidenciales, sin respetar el off the record. Por otro lado, Tatum tampoco respeta el derecho de Leo a su propia intimidad e imagen, especialmente en la situación de vulnerabilidad en la que se encuentra, y se inmiscuye en su intimidad, realizando especulaciones innecesarias sobre sus sentimientos y circunstancias (no es casualidad que en la versión francesa la película se titulase “El periodista del Diablo”). También se autonombra ayudante del sheriff (incluso lleva la característica placa en forma de estrella) y así, simultaneando las tareas de periodista y agente de la ley, la exclusividad de la historia le queda garantizada.
Cuando el editor de Tatum se entera de lo que esta haciendo le recrimina su “periodismo de golpe bajo disfrazado de periodismo humano”. Y es que, como dice Tatum, “las malas noticias se venden mejor porque la desgracia atrae”. Y tanto que atrae. Sólo hace falta ver la cantidad de personas de todas las partes de EE.UU. que se acercan a ese pequeño pueblo de Nuevo Méjico para ser testigos de la desgracia de Leo. Es la consecuencia de la actividad como comunicador que ha adquirido Tatum: lo que dice por radio y prensa ha influido en el comportamiento del público con las consiguientes repercusiones sociales. Y qué decir del circo (y también mediático) que se monta a expensas de Leo. Un pequeño Tibidabo donde todos sacan tajada. Nosotros ahora lo tenemos más fácil y cómodo que esas personas. Usamos el mando a distancia y listos, pasando de una desgracia a otra con una naturalidad parsimoniosa.
Al final no todo acaba como Tatum pensaba. Los acontecimientos dan un giro y su propia ambición termina de la peor de las maneras. Y es que de eso trata la película: la ambición, el ansia de poder… Todo acompañado por el deseo de presenciar la desgracia ajena. Morbo disfrazado de solidaridad (si compras un perrito el tanto por ciento va a la fundación Leo Minoza: marketing social a mediados del siglo XX). Con todo resultó que “El gran carnaval” fue ampliamente defenestrada por crítica y público debido, según palabras de Wilder a que “nadie quiere gastarse cinco dólares para enterarse en el cine de que es un tipo miserable".
“El gran carnaval” se realizó en 1951 basándose en un acontecimiento sucedido en 1925. De todos modos, podría haber sido rodada ayer mismo porque los antivalores que retrata parece que son atemporales. Una pena. Y lo digo por la cantidad de veces que se ven “Grandes carnavales” en, por decir uno, “El diario de Patricia”.
El pasado martes, en el programa que presenta el corrosivo crítico televisivo Ferran Monegal, los espectadores pudimos ver una de tantas exhibiciones anticódigo deontológico de la periodista vasca. En el corte que pasaron salía una pareja que había ido a hablar sobre la buena relación que tenía la chica con los padres de su novio… o eso era lo que ellos creían. El equipo del programa le tendió una trampa (como a tantos otros que acuden allí) y la chica y su novio se quedaron en blanco cuando Patricia les empezó a preguntar por otros temas de índole mucho más íntima y personal. Patricia, como una Chuck Tatum contemporánea, empleó métodos poco lícitos para que esa pareja acudiera a su programa, mintiéndoles sobre el tema que se iba a tratar en realidad. Cuando la conversación se encaminó a problemas familiares de los que no quería hablar la chica, Patricia le insistía en qué los contara. No respetó el derecho de esta chica a su propia intimidad, en un caso que obviamente le producía dolor. Tampoco se le reconoció su derecho a no proporcionar información ni responder preguntas, ya que no se perjudicaba el derecho de información de los espectadores.
Finalmente Patricia consiguió su propósito. La chica, entre lloros, admitió que su padre abusó de ella. Incluso sacaron su foto en antena. Y encima la chica siendo menor de edad. Primero que no deberían haber difundido la foto del padre porque se ignoraba si estaba siendo juzgado por este tema. Y segundo, que se infringió el código cuyo criterio especifica que el trato de la información sobre menores ha de ser muy cuidadosa, evitando identificar a dicho menor, especialmente si se trata de asuntos sexuales.
Por otro lado, se debe destacar el horario de emisión del programa: las siete de la tarde. Los niños vienen del colegio, ponen la tele y ven a una chica de 17 años llorando mientras cuenta que su padre abusaba de ella siendo una niña. En horario de protección del menor no se debería hablar sobre según qué temas y menos aún ahondar en ellos, tal y como se hizo. Cabe hacer uso del Código de autorregulación de una manera más activa, sin limitarse solamente a poner la mosca “+13” y quedarse tan anchos.
Ignoro cómo debe sentirse la presentadora en su fuero interno realizando este “periodismo de golpe bajo disfrazado de periodismo humano” (que dijo el editor de Tatum sobre el caso Leo, anteriormente comentado). Y es que en otro momento de la película la esposa de Leo, sobre el tratamiento de la desgracia de su marido, tacha a Tatum de cínico, a lo que él contesta: “¿Es una palmada o una patada?”. En el caso de Patricia y su programa no son palmadas precisamente lo que se merecerían recibir porque ¿vale todo por la audiencia?

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